Historia no es memoria; ambas trabajan sobre la misma materia, el pasado y el presente, pero desde reglas específicas que las enfrentan. Según Nora, memoria es vida encarnada en grupos, cambiante, pendular entre el recuerdo y la amnesia, desatenta o más bien inconsciente de las deformaciones y manipulaciones, siempre aprovechable, actualizable, particular, mágica por su efectividad, sagrada. En el siglo XX, sobre todo luego de la gran crisis de los treinta, la historia se convierte en ciencia social al servicio de “la sociedad”. La memoria queda, entre tanto, apagada por la historiografía, reducida, recluida, ha desaparecido de la convivencia natural y solo puede ser restituida mediante la institución de lugares públicos para ella.