Mucho antes de la afirmación de los feminismos “post-humanistas”, Beauvoir advertía sobre la estrecha vinculación entre la humanidad y lo masculino: “la humanidad es masculina y el hombre define a la mujer”. Advertencia crítica que no hace sino ahondar en una ya antigua querella: el feminismo no es una “comunidad de mujeres”. O, dicho en otras palabras, el feminismo no es un humanismo. Lejos de las corrientes utilitarias, que señalan que el feminismo siempre ha sido una forma política para la consecución de ciertos fines prácticos que calzan plenamente con la idea de “individuo” de la tradición liberal, el feminismo busca la transformación de la política moderna y no su adecuación. La transformación implica un punto de fuga, un lugar indeterminado de invención y transformación, cierta negatividad imposible de asir en las prácticas ritualizadoras y reconocibles de la política. De ahí que no podamos enmarcar y delimitar la apuesta filosófica feminista de Beauvoir bajo las consignas de un “humanismo liberal”. Sin lugar a dudas, bien podríamos situar al mismo nivel el antagonismo de clases con el feminismo. Pues, si el proletariado busca la transformación de todas las relaciones sociales, no busca a través de la lucha de clases su adecuación al orden capitalista, no busca la reificación del “ser proletario” en un mundo postclases, sino que, por el contrario, busca en la propia acción de clase la disolución de toda clase. De igual modo, el feminismo no busca mejorar la posición de la mujer en la sociedad patriarcal; busca, por sobre todo, la transformación total de las relaciones sociales patriarcales. Y en esa transformación, sin lugar a dudas, la primera despedida será la “Mujer”. En la estela que deja esta enunciación, es posible afirmar que feminismo no es, no puede ser, un humanismo.