La crítica feminista surgió como consecuencia de un nuevo movimiento del feminismo que se desarrolló durante la década de 1960, principalmente en Estados Unidos y Francia. Como parte de una reacción disidente más amplia contra el sistema establecido, estas nuevas feministas se dieron cuenta de que las metas de la igualdad en la educación y el derecho al voto (metas de las luchas anteriores) habían sido sólo victorias parciales. A pesar de estas conquistas, la mujer continuaba siendo una ciudadana de segunda categoría, tanto en el entramado de la nación como en las esferas de la cultura. Se le discriminaba en el ámbito laboral, donde recibía menos sueldo por el mismo tipo de trabajo que hacían los hombres; su participación era mínima en las instituciones gubernamentales y su imagen -tanto en los medios de comunicación masiva como en el lenguaje- estaba teñida por discriminaciones de carácter sexista. De esta neuva conciencia política surgió el interés por realizar investigaciones que demostraran las injusticias del sistema, a la vez que se empezó a analizar la producción cultural de la mujer desde una perspectiva que puso de manifiesto la densidad y complejidad de sus textos, elaborados desde un 'sitio otro': el de la subordinación de la mujer.