La obra de Walt Whitman, poeta del yo y de la colectividad, del presente y de la democracia, va más allá de su indiscutible valor poético. El valor renovador de su poesía, inmenso y total, no ha sido por la audacia de sus temas tanto como por el modo de abordarlos. Con extraordinaria intensidad y precisión llega a alcanzar un profundo misticismo, tanto cuanto canta el amor pagano y puro como cuando describe el espectáculo de la muerte; cuando traza figuras de obreros o cuando celebra el progreso en las imágenes del ferrocarril.