Evadir. Eludir. Como quien evita con astucia una dificultad que era prevista. Evadir. Escapar. Como si el vado del río permitiese creer que es posible continuar un camino, allí donde ya no es posible continuar. Evadir. Huir, fugarse. Y en esa fuga o salida, desentenderse, pretender desentenderse, creer que es posible desentenderse de la historia que termina por alcanzarnos. Evadir. No para afrontar, para ser confrontados. Confrontados en octubre de 2019 por una revuelta popular llamada a denunciar radicalmente la fractura social que estructura y organiza la vida en nuestro país. Fractura de fracturas, junto a la cual se insinúan otras brechas: la que existe entre las tribunas de los intelectuales públicos que han calificado la situación de “debilidad normativa de los jóvenes” o de “un minuto de furia más que una causa política”, con la consecuente negación de las condiciones materiales de existencia en que transcurre cotidianamente la vida de los marginados. La forma inorgánica y la soledad con que el movimiento social ha surgido a partir de una reacción espontánea es también la soledad, por cierto, ante el desamparo de los intelectuales que no han sabido reflexionar ni socorrer la demanda de los más postergados, con un relato que conforte, a través de un pensamiento situado, su experiencia cotidiana de injusticia e invisibilización. En fin, Evadir, también como un llamado, una interpelación a la filosofía a asumir su responsabilidad y pensar este octubre rojo.
