Son cuentos que con gran precisión ponen el dedo exactamente donde se encuentra la llaga. Hay en ellos una mirada fresca y original para enfocar las desgracias sociales a que este país fue sometido por la voluntad de los príncipes nunca dispuestos a ceder los privilegios con que se empolvan el rostro. Una mirada distinta, única. Acida, sin perder la gentileza. Risueña sin esquivar el “pathos”. Estamos frente a un narrador joven y juvenil, vital y rabioso, capaz de darnos una imagen de la realidad como él la ve. Y eso es lo que hace un artista: no se trata de mostrar las cosas “como se veían”, sino “como yo las vi”