Lo que hace Roxana Miranda con sus textos, además de dotar de nuevos significados al mito cristiano del “paraíso terrenal” y su funesto episodio de la ingesta de la manzana es, sirviéndose del espacio occidental, construir una utopía que valida su escritura como constructora de un espacio literario afín a sus creencias mestizas. Desde ese espacio, Eva, Dalila o cualquiera de sus sujetos poéticos, establecen un diálogo inter ¬–y trans– cultural con otros espacios similares donde la mujer ha quedado relegada, por los siglos de los siglos, a una marginalidad incuestionable”