Vivimos una época que parece no dar cabida a la posibilidad de construir una realidad diferente. Si hiciéramos eco de los rumores sobre el fin de la historia, insistir en esta obra sería un completo despropósito. El fin de los socialismos reales sembró un manto de duda sobre la vigencia de los planteamientos de este clásico del pensamiento crítico, y ante el lógico cuestionamiento sobre la utilidad de tal insistencia, es precisamente este tiempo el que nos entrega nuevas respuestas.
Durante un siglo y medio mujeres y hombres orientaron su opción transformadora del mundo a través de este escrito que Karl Marx y Friedrich Engels presentaron a la Liga de los Comunistas en 1848. Millones de seres humanos en todo el planeta hicieron de su práctica cotidiana un aporte a la construcción de un mundo diferente, que bajara a la tierra ese «reino de la razón» y la «justicia eterna» que la burguesía ofreció y luego abandonó en pos de sus intereses de clase. Hoy sabemos que los proyectos levantados fueron derrotados, no sólo por las virtudes de los triunfadores, sino también, y fundamentalmente, por las propias falencias de quienes tomaron estos escritos como recetas. Aquel socialismo llamado «real» no generó un orden social y económico eficiente guiado por el principio de solidaridad que debía unir en una sola voz a los trabajadores. En nombre de la justicia, la igualdad y la libertad, fue construida una apuesta que no pocas veces olvidó cada uno de estos principios, y que hoy yace bajo los escombros de los muros que levantó.