Rapa Nui es una isla de Chile, ubicada en el vértice oriental del llamado Triángulo Polinesio, cuyos otros dos vértices corresponden a Hawai y Nueva Zelanda. Administrativamente forma, junto a la isla de Sala y Gómez, la comuna de Isla de Pascua, perteneciente a la Región de Valparaíso. Más de 3.600 kilometros de mar la separan del continente. Según cuenta la tradición oral, fue poblada hace más de mil años, cuando en la lejana y misteriosa tierra de Hiva ocurrió un cataclismo que obligó a su pueblo a emigrar. Luego de enviar a siete emisarios que siguieron las orientaciones del consejero Haumaka, los poderosos navegantes polinesios, guiados por el rey Hotu Matu’a, se sumergieron en las profundidades del Pacífico en busca de nuevas tierras para habitar. Así fueron poblando todos los territorios insulares de Polinesia, hasta desembarcar en una pequeña isla, situada al centro del Océano Pacífico Sur, que luego llamarían “Te Pito o te Henua”: El Ombligo del Mundo. Tras su asentamiento distribuyeron territorios, construyeron casas y centros ceremoniales. Crearon una espiritualidad propia materializada en colosales esculturas de piedra, así como también un complejo sistema escritural denominado rongo-rongo, alcanzando un alto nivel de desarrollo y organización social. Al momento del primer contacto con occidente, en 1722, el crecimiento de la población había producido una fuerte presión sobre los recursos, generando conflictos internos que los llevaron a una inevitable decadencia. El cinco de abril de ese año, este pequeño trozo de tierra flotante aparecía ante el mundo y se le dio nombre: Isla de Pascua, por pascua de resurrección. En adelante su historia se vería plagada de dolorosos episodios. A mediados del siglo XIX, esclavistas peruanos se llevaron a sus sabios, únicos que podían interpretar las tablillas rongo-rongo, así también perdieron parte importante de su lengua primal. Más tarde, el empresario francés Dutrou Bornier convertiría la isla en una estancia ovejera, confinando a los rapanui a habitar dentro de ciertos límites y castigando duramente a quienes se atrevieran a desautorizarlo. Mientras tanto, misioneros católicos bautizaban por doquier, sepultando creencias que a sus ojos constituían prácticas paganas. No hubo cómo evitar el impacto.