En el verano de 1910, un colegial llamado Walter Benjamin (1892-1940) se estrenaba como autor con un cuento titulado «Los tres buscadores de religión», publicado aquí en castellano por primera vez. Limpia imagen de algunos intereses vitales que lo acompañarían siempre, el relato fue escrito en la atmósfera de las parábolas bíblicas, sustituyéndose los desiertos con sus oasis por negros bosques e imponentes montañas nevadas. Como se muestra en el estudio que escolta al texto protagonista, al margen de sus constantes y variadas lecturas, buena parte de las intuiciones de estos años provienen de las meditaciones anotadas en esmerados diarios de viajes campestres con su familia o amigos, fecunda cantera que permite montar el decorado existencial del joven filósofo.