Las páginas de El alma matinal están colmadas de un elam vinculado a las filosofías vitalistas. El culto a la acción y al riesgo, el vivire pericolosamente, opuesto al vivir dulcemente -y al vivir parlamentariamente- de la generación prebélica, confiada en las bondades del capitalismo, obnubilada por los fetiches burgueses, una generación decadente y esteticista. Mariátegui, que detecta tempranamente la naturaleza histórica del fascismo (una naturaleza reaccionaria, conservadora y pro-burguesa) consideraba que sólo el socialismo era capaz de romanticismo, heroísmo y quijotismo; que sólo el socialismo podía maridar vida y pensamiento.
El alma matinal es una apología a la imaginación aplicada a la política. Revolución e imaginación son concebidos como díada inseparable. Junto a ella otra díada se aparea: el amor y la voluntad. Indispensable argamasa para crear nuestros propios objetos, no para separarlos de la realidad, sino para insertarlos en ella y transformarla. Partiendo de esta base, la utopía adquiere en Mariátegui una dimensión realista y un sentido positivo. Es la utopía sin bruma. (Del Prólogo de Miguel Mazzeo)