Un aporte a la producción de conocimiento desde las mujeres latinoamericanas, un libro que recorre saberes y mujeres que, siendo o no feministas, fueron perseguidas y silenciadas genocidamente. Articula, a la vez, ese compromiso denunciante que muestra los distintos tipos de violencia patriarcal que han sufrido las mujeres y hace revivir nuestras muertas como ejercicio necesario de memoria en movimiento.
Francesca desenmascara la presencia absoluta de las interpretaciones europeas y esclavistas con las que hemos comprendido las relaciones sociales, a veces infundidas a punta de palo y garrote, otras veces con sutileza. Con su enfoque nos permite constatar que capitalismo, cosmovisión occidental y moral cristiana son inseparables en América. Sus entramados se reflejan con claridad en distintas pautas de vida que muchos no nos cuestionamos, como el ideal de la monogamia sólo entre mujeres y hombres, el reconocer una forma única de ser mujer o, también, el asumir de manera arbitraria la superioridad del ser humano sobre la naturaleza para transformarla y depredarla, un ser humano cuyas acciones son valoradas solo en cuanto a su utilidad y cuyo sentimiento de integridad está mediado por la economía, el trabajo y las decisiones individuales.
Pensadas por mujeres que luchan desde sus comunidades actuales, las ideas de buena vida entran en pugna con la prepotencia del conjunto de creencias que provienen del mundo occidental, y buscan además formas de organización propias contra la miseria, la explotación y la exclusión. En el relato de estas mujeres se repasa también la historia de nuestra Abya yala, reconociendo muchas formas de vida moderna que coexisten en sus más de 607 pueblos y naciones oprimidas.
Francesca enseña también multifacéticos pensamientos feministas, demostrando que no todas las mujeres adscriben esta lucha y los vicios organizativos que incluso, reproducen lógicas dominantes. Entre ellas están las que trabajan a nivel comunitario, las que niegan llamarse feministas (asumiéndolo como una imposición de las mujeres blancas y urbanas), las que buscan los puntos de contacto entre la visibilización, su comunidad y las aportaciones de las activistas urbanas, o las que se declaran abiertamente feministas de pensamiento autónomo. Constatamos así un contraste entre feministas indígenas comunitarias y feministas urbanas, donde estas últimas se identifican con el imperio civilizador, un reconocimiento basado en un proyecto de autonomía individual dentro del libre mercado, sentencia la autora.