La catástrofe ecológica es el problema más grave que ha tenido que afrontar nunca la humanidad. Además de estudiarlo desde las ciencias naturales, la ética y la política, necesitamos también examinarlo desde la estética, porque nuestra relación con la naturaleza y los otros animales está mediada por la belleza o el misterio que admiramos en bosques, desiertos y océanos. Sin embargo, nuestra civilización nos ha educado en una estética superficial que concibe la naturaleza como un simple decorado que adorna las historias humanas y los otros animales como meros ornamentos exhibidos en jaulas o acuarios, y así nos encierra en la burbuja antropocéntrica y nos desvincula de la realidad. Necesitamos una estética de la naturaleza basada en el conocimiento científico, en la percepción plurisensorial, en la capacidad para apreciar lo diferente de nosotros y en la actitud crítica. Y la necesitamos con urgencia: quien no sabe admirar la belleza de una familia de lobos salvajes en libertad, quien nunca se ha parado a contemplar las aves, los reptiles, los insectos o las “malas hierbas” con los que comparte su barrio, quien ni siquiera sabe lo que es un chorlitejo patinegro o un pinsapo, ¿los echará de menos si los extinguimos? Apreciar la belleza natural nos revelará la gravedad del ecocidio, del exterminio global que estamos cometiendo, y nos mostrará también los fabulosos viajes de descubrimiento y placer que podríamos disfrutar en una naturaleza recuperada como hogar. Necesitamos una estética ecologista y animalista, que nos reconcilie con la Tierra y los animales que la habitan.