Para el nominalismo toda identidad entre historia y justicia queda de antemano excluida: no hay ajuste posible de cuentas entre la universidad del pensamiento y el lenguaje, y la bullente singularidad de lo real. Con ello, la cuestión de la legitimidad del poder deviene, modernamente, un asunto profano, sólo susceptible de ser absuelto y, por ello, en rigor, jamás resuelto de modo pragmático, a través de sucesivos y muy contingentes equilibrios de fuerzas.