“Viejas estampillas de diez centavos con sellos que es preciso leer cuidadosamente; guantes; máscaras halladas en un guardarropas; la torre de una iglesia; una bandera; un mapa de Berlín marca Pharus; una agenda de bolsillo; un pisapapeles que evoca el Obelisco de la Place de la Concorde; bijouterie de escaso valor; el reloj del patio de una escuela; una cuchara antigua; un abanico; un torso esculpido en mármol; flores: geranios, claveles, asfódelos, nomeolvides; postales con recuerdos de viajes: la fachada de Versalles, el castillo de Heidelberg, el Alcázar de Sevilla, la catedral de Marsella, la catedral de Friburgo, la catedral de San Basilio en Moscú, el baptisterio de Florencia; juguetes; pipas móviles girando lentamente en una kermesse para probar suerte con un tiro de escopeta de fogueo; manzanas dispuestas sobre paja para venderlas en un puesto de verduras; un gabinete mecánico de 1862 con muñecos de veinticinco centímetros que giran según un mecanismo de relojería: Francisco José, Pío IX, Guillermo I, Napoelón III (más pequeño), Vittorio Emanuele (más pequeño todavía), las figuras de la Pasión de Cristo; un rifle en un sueño, para quitarse la vida; un folleto de viaje del Cabo de Buena Esperanza; artículos de mercería; el gorrito rojo de un clérigo sentado en la estación; cerveza para beber al paso; mercancías vendidas en un barco recién atracado en el puerto: collares, pinturas al óleo, cuchillos, figuritas de mármol, y algunos objetos que llevan los marineros en sus valijas: un cinturón de cuero de Hong-Kong, una postal de Palermo, la foto de una muchacha de Szeczecin; la calle Asja Lacis que existe en este libro; este libro...”