Ángel Parra toca aquí uno de los temas más clásicos de la literatura: la nostalgia y el regreso al paraíso. Lo toca para despojarlo de todo idealismo y dar cuenta de una realidad donde los personajes y su entorno se muestran finalmente al desnudo. Lo toca recurriendo al humor, a la parodia y a una sutil ironía ya presente en el título.
Andrés Fuentenegra visita Chile después de tres décadas de exilio en París. Madeleine, hasta entonces su pareja, le regala el pasaje luego de comunicarle que lo ha dejado por un bandoneonista y eximio bailarín de tango. Madeleine es, por lo tanto, quien fragua el regreso al paraíso. Se diría que para Andrés comienza a regir aquello de que los cuernos se parecen a las muelas, duelen cuando salen pero después ayudan a comer.
En el paraíso, la parentela lo recibirá con un suculento asado, cargadas piscolas y copiosos mostos. Desde esa tarde, Andrés comerá y beberá lo que demande su nostalgia o le ofrezcan sus cercanos, al tiempo que traga y mal digiere el sancocho siniestro de una historia familiar que representa a cabalidad la aún borroneada historia reciente del país. Habituado a la distancia crítica que entrega el exilio, cuando llegue el asado de despedida será el testigo impasible de la impunidad más descarada, entonces el azar le permitirá una acción justiciera. Verdadera justicia poética en un escenario grotesco y tragicómico.
Bienvenido al paraíso sorprende con un lenguaje que —a contrapelo de la historia que cuenta— es el genuino y único rescate posible de aquel lugar perdido para siempre.