La preocupación por la estética, la formas y manifestaciones de exclusión a quienes no respondan al canon de belleza son históricamente reconocidas, han estado presentes en las diversas formas organizativas de la sociedad, sin embargo, las concepciones sobre la belleza, definidas en el siglo XX y XXI, así como las prácticas de modificaciones estéticas, se han tecnificado y masificado significativamente en el mundo globalizado al punto de despertar las alarmas en especialistas de las diferentes disciplinas y poner en riesgo la vida de una cantidad de personas, principalmente las mujeres. En este contexto, los distintos agentes socializadores, como la familia, la escuela, los medios de comunicación y difusión masiva, juegan un papel fundamental, pues son ellos quienes constantemente dicen a las mujeres qué características posee o debe poseer para ser considerada bella, cómo debe verse, es decir, son bombardeadas sistemática y repetidamente con las múltiples imágenes de estrellas, modelos y cantantes, definidas arbitrariamente como “representantes de la belleza”, con lo que se consolida socialmente la expectativa de la mujer ficticia. Por su parte, la receptora de estos mensajes -ideológicamente definidos para orientar y condicionar su estética- habrá de compararse con lo que ve, y tras consumir mensajes que le dicen que debe lucir como estas mujeres ficticias, prefabricadas, y con frecuencia ser criticada por no lucir como las mujeres que muestran los medios y los concursos de belleza, habrá de verse motivada a la realización de intervenciones quirúrgicas y procedimientos invasivos para modificar y “mejorar” su aspecto físico, con la creencia de que al transformar su cuerpo podrá ser en mayor medida aceptada, querida, reconocida, por sus grupos de pares, familiares, amigos/as, pareja, entre otros.